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El enigma de aprender

Miquel Bonet

 

Vivimos un momento en el que probablemente por el exceso de información empiezan a faltarnos las respuestas en casi todo, especialmente cuando tratamos de ensamblar la extraña convivencia entre formación y trabajo. En estas situaciones yo me inclino por buscar la solución con la ayuda de los clásicos, como Montaigne por ejemplo. Según este ser humano privilegiado ya que tenía tiempo para pensar, "sólo podemos aprender aquello para lo que estamos capacitados o dotados".

Sin embargo nos empeñamos en el paradigma de imponer el aprendizaje sin contar con la voluntad del alumno y esa práctica es desastrosa aunque sea relativamente útil porque casi todos hemos aprendido cosas de esta forma, se inicia en la escuela, sigue en la universidad y ahora trata de imponerse en la empresa.

Pero, después nos cansamos de repetir que la formación representa una carga para todos, una de esas obligaciones tan indeseables como el despertador de los lunes.
Es un simple problema de planteo, nos formamos para trabajar o bien trabajamos y además hacemos formación, ¿cuál es el camino?

La solución a este entuerto nos la dieron los egipcios hace más de 5.000 años, observando cualquiera de sus inscripciones sobre piedra, descubriremos que además de contarnos su historia, también nos mostraron su propia filosofía sobre el trabajo.

En el todo el proceso artesanal de sus comunicación escrita intervenían como mínimo tres tipos de profesionales con tareas distintas, además del creativo que diseñaría el mensaje que se pretendía emitir y que ha sobrevivido hasta nuestros días.

En primer lugar un obrero con tinte color rojo esbozaba las formas generales del objeto en cuestión, un humano, un animal, un signo, a continuación alguien mucho más experto siluetaba esta vez en negro los relieves más notables del objeto, finalmente un escultor cincelaba sobre la piedra las líneas marcadas.

Quien realizaba los primeros esbozos rojos era un aprendiz que ascendía profesionalmente hasta el nivel de lineador y posteriormente incluso podría dotar de inmortalidad el dibujo con el martillo y el cincel y alcanzar el grado de maestría.

De todo esto podemos deducir que toda la vida profesional estaba unida a una vida de aprendizaje constante. Dicho en palabras actuales, la formación y el trabajo caminaban juntas porque la enseñanza sólo se verificaba a partir de la experiencia del trabajo.

Mientras la formación se trate como una opción al margen de la tarea diaria, se restrinja a unos pocos, incluso se fijen objetivos complementarios o se le de un contenido de anormalidad, se la aparta de su auténtica naturaleza.

Una máxima de Kant nos recuerda que todo nuestro conocimiento proviene de la experiencia, por tanto ninguno antecede a la misma sino que nace a partir de la misma.
Como seres humanos no sólo deberíamos aprender de nuestras anteriores culturas sino de algunos animales como las iguanas que emulan los colores de su entorno para no ser atacadas y en materia labor el ataque significa un pasaporte a la opacidad y el paro.

Miquel Bonet

Abogado, consejero de Select